
Todo el complejo es como un pequeño pueblo, no en vano tiene más de 30.000 metros cuadrados. Ellos son como una gran familia. Las instalaciones del centro están divididas por pabellones que atienden las necesidades específicas de cada uno de ellos. La visita al centro dura 3 horas, pero al poco se tiene la sensación de conocerlos, de haber vivido con ellos. Son cariñosos, amigables acogen al que viene de fuera como a uno más de ellos.

En los primeros años los niños asisten a un colegio especial. Cuando cumplen 18 años se pasa a otro nivel. Si las posibilidades intelectuales de la persona lo permiten se integra en un taller ocupacional. Allí se les enseña un oficio y se les prepara para una futura inserción en el mercado laboral. Cuando el nivel intelectual es demasiado bajo, son atendidos en el Centro de Día donde se les enseña cosas prácticas y hábitos básicos de la vida: “Comer, hacer caca y pipi son fáciles, pero hay que saber hacerlo”, apunta el presidente de APANID.
Durante la visita uno de los internos, Paco, está continuamente observando. Lleva cogida una mochila de la que no se separa. “Hoy está de malas pulgas”, comenta una de las trabajadoras del centro. Le llama cariñosamente “El pulguitas”. “El Pulguitas” apenas habla, sólo observa, no se despega de su mochila y camina por las instalaciones mirando a todo aquel que se encuentra en las inmediaciones. “Se ha apuntado a un viaje que haremos a Tenerife, ¿pero cómo lo vamos a llegar? ¡Te imaginas la que se podría liar en el aeropuerto al pasar el control de equipaje si no quiere dejar que nadie toque la mochila!, comentan los trabajadores entre ellos.

En todo momento están atendidos por el personal de la asociación. Son más de 600 profesionales: psicólogos, educadores sociales, psicólogos, cuidadores… que velan para que nos les falte de nada. Pero en APANID también hay personas con graves problemas de discapacidad. Son los llamados enfermos profundos. “Tienen una vida contemplativa”, añade Agudo. Ellos viven en otro centro donde pueden recibir cuidados más específicos.
La familia juega un papel muy importante para los enfermos. En ocasiones los familiares se desentienden de ellos. Acuden al centro para reclamar el dinero acumulado en las cartillas de sus familiares. Un dinero que no es poco. La plaza en APANID es gratuita, depende de la Comunidad de Madrid. El enfermo no tiene que pagar por vivir en el complejo y su familia tampoco. Durante la estancia en el centro continúan recibiendo la pensión por discapacidad.

Cae la tarde en Getafe, muchos de ellos están reunidos en la plaza del complejo. Se escuchan sus risas. Otro día que llega a su fin, una jornada dura en la que han trabajado, estudiado… una jornada dura como la de cualquier otra persona.
Isabel Barrena
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