lunes, 27 de octubre de 2008

Mérida recuerda a las víctimas de la Guerra Civil el día de Todos los Santos

El próximo sábado es uno de noviembre. Los cementerios se llenarán de ramos de flores y de familiares que acuden a visitar a sus difuntos. En Mérida esta fecha tiene una importancia especial. El primer día de noviembre, familiares de los represaliados durante la Guerra Civil española les rinden homenaje en las tapias del camposanto de la ciudad. Los estudios aseguran y afirman que bajo la tierra donde esas tapias se levantan yacen los restos de personas fusiladas a manos del bando franquista durante la contienda bélica. Hoy esos familiares esperan a que el consistorio emeritense edifique un monumento que conmemore y recuerde para siempre a las víctimas republicanas de la cruenta guerra española.

"La vida de un hombre vale menos que la de un pollo, porque a un pollo se lleva a la plaza y se discute el precio, pero a un hombre, se le pega un tiro y se le levanta la tapa de los sesos". Con tan sólo 11 años éstas fueron las palabras que se le quedaron a Lali grabadas en la cabeza, cuando dos falangistas se llevaron a su padre. Han pasado ya más de 70 años desde aquella tarde del 16 de septiembre de 1.936, pero esta extremeña, que tiene ahora 87, años no ha olvidado ni la angustia vivida aquel día, ni de los horrores que le tocó vivir en la Guerra Civil Española.

Los meses anteriores a la toma de Madrid, las tropas franquistas fueron recorriendo España del sur al norte. Bajo el mando del General Yagüe fueron cayendo los pueblos andaluces, hasta que poco a poco, continuaron su avance hacia Extremadura. El principal objetivo era la capital extremeña, Mérida. A cuatro kilómetros de la ciudad se sitúa el pueblo de Calamonte, que por entonces contaba con poco más de 3.000 habitantes, hoy supera los 6.000. Lali es natural de Calamonte, recuerda los días previos a la liberación de Mérida por las tropas franquistas, como unos de los más crueles de su vida. “Las se tiñeron de sangre, y sólo se oían gritos; mataban a las mujeres embarazadas y se mofaban cuando una vez muertas el niño, que aún continuaba en el vientre, continuaba moviéndose; torturaban a los hombres antes de fusilarlos; pelaban a las mujeres republicanas…
Después de la guerra llegaron años de escasez de alimentos. Llegó el hambre. "Los años del hambre", como lo califica Antonio, otro calamonteño que desde hace unos años vive en una residencia de ancianos de Mérida. Su memoria, intacta, parece más bien la base de datos de un ordenador, gracias a ella se han podido saber los nombres de los fusilados de este pueblo extemeño. A sus 20 años le tocó defender la capital, él estaba entre los miles de milicianos y civiles que lucharon para que Mérida no cayese en manos de Franco. Pero de nada sirvió. Entre las decenas de calamonteños que murieron durante la guerra civil, Antonio, no olvida el día en que el primer camión con sus paisanos salió destino a Mérida, a las tapias del cementerio emeritense, donde sería fusilados. Fue el 26 de agosto de 1.936 y en él iban 18 hombres.
Uno de aquellos hombres fue Alfonso Piñero. Era el más joven de todos, contaba tan sólo 21 años. Había venido a su pueblo con unos días de permiso que le habían concedido desde Getafe, donde estaba haciendo el Servicio Militar. Su hermana, Eugenia, recuerda el día que vinieron a por él "estaba lavándose, acababa de bajarse del tren. Le dijeron que tenía diez días de arresto, sin explicar por qué”. El último día de arresto, el 26 de agosto le dijeron que había cambio de planes, y que debía ir sótano del ayuntamiento, a la prisión. Sólo estuvo una hora, el camión estaba esperando en la puerta y él sería el número 18 de una lista de hombres, que tenían como destino morir fusilados en las tapias del cementerio de Mérida.

Desde aquel día Eugenia y su hermana Andrea no han cesado en la búsqueda de los restos de su hermano. Sabían que éstos se hallaban en las tapias del camposanto emeritense. Sin embargo, nunca se habían hecho excavaciones en el lugar, que atestiguaran que en aquella zona, se mató a gente durante la guerra y posguerra española. Pero el año pasado el grupo de excavaciones Aranzadi encontró restos óseos en las inmediaciones del camposanto. Además se han encontrado casquillos de balas utilizados durante la etapa franquista. Este verano, un grupo de chavales han trabajado en un campamento de recuperación de la Memoria Histórica. Gracias a su labor se han conseguido recuperar algunos restos óseos y otros objetos que datan de los años treinta y cuarenta.

Eugenia y Andrea no son las únicas. Lejos de las disputas políticas y debates en torno a la Ley de la Memoria Histórica y la intención del juez Baltasar Garzón de investigar los crímenes franquistas lo cierto es que familias enteras, a fecha de hoy, siguen buscando a sus muertos. Para estas dos mujeres hay una puerta abierta, aseguran que si se pudiesen se traerían los “poquitos huesos” que hubiese y los enterrarían con su familia. Otros muchos, como Manuel Barrena, emprendieron una búsqueda que no sirvió de nada y murieron sin saber dónde estaban los restos de su padre. El próximo sábado, en las tapias del cementerio de Mérida, todos volverán a honrar a sus familias y emprender de nuevo un viaje que les lleva desde hace muchos años en busca del recuerdo.
Isabel Barrena Ceborro

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