En 1992, un profesor y dos alumnos fueron asesinados en un colegio de secundaria de California. Corría el año 1997 cuando un joven de diecisiete años mataba a su novia y a una compañera en un colegio de enseñanza superior del Estado de Missisipi. Otra matanza aun más famosa fue la del 20 de Abril de 1999 cuando dos estudiantes de diecisiete y dieciocho años, armados con un fusil de asalto, dos escopetas y un revólver, mataron a trece personas en la escuela de Columbine en Colorado.
El suceso de estas características más terrible de la historia de los EEUU sucedió el 16 de Abril de 2007 en la Universidad de Virginia. Seung-Hui Cho se lió a tiros contra sus compañeros, con dos pistolas de nueve milímetros, y sin ningún motivo racional.
Todos estos muertos por armas de fuego, que se van sumando poco a poco en las listas negras del país más poderoso del mundo, hacen cuestionarse una vez más por qué se siguen vendiendo armas libremente en EEUU. Existen diversas opiniones y explicaciones al respecto. Unos creen que la regulación de la venta de armas sería la solución más eficaz; otros están convencidos de la Segunda Enmienda de la Constitución estadounidense, donde se reconoce el derecho de todos los ciudadanos a poseer armas. Hay para todos los gustos.
Al año, 32.000 personas mueren por armas de fuego: 13.000 de estas muertes son por asesinato, y 1.600 de estos homicidios son realizados por niños. Es evidente, por tanto, que este derecho más que proteger al ciudadano lo expone al peligro. Pero, aunque habitualmente no aparezca de forma explícita en las argumentaciones públicas, existe una gran verdad oculta: el poder económico y político está detrás de todo esto.
Ya se sabe, el dinero es el gran poderoso. La Asociación Nacional del Rifle, la organización de derechos civiles más antigua de EEUU como ellos mismos se definen, es uno de los grupos económicos más poderosos.
Pero el dinero no es la única fuerza. La política influye, y mucho, aunque siempre ligada al dorado. No existe ninguna propuesta, ni de un lado ni de otro, que apueste verdaderamente por una reglamentación fuerte de la venta de armas. Barack Obama ha propuesto en los últimos años similares medidas de control que contemplan la aplicación de licencias de armas con identificación fotográfica del titular, que no existen actualmente, así como un registro de las ventas de armas en el país. Sin embargo, nadie ha sido tan valiente como para meter la mano en la Segunda Enmienda. No se espera mucho, en este sentido, de la legislatura que enfrenta Obama a partir de enero.
Mientras, en el Partido Republicano, tradicionalmente pro armas, se está viviendo un debate silencioso; pero, nadie quiere levantar la voz contra el programa electoral que más dinero les está dando.
Es de prever que todavía falta mucho tiempo para que los EEUU se planteen una reforma legal respecto a las armas. Por ahora, jóvenes con instintos asesinos siguen comprando armas. Lo único que se les exige es tener dieciocho años si lo que quieren es adquirir rifles o armas largas, y veintiuno si desean armas de mano. También se les pide que rellenen un formulario. Lo demás es cosa suya; de momento, a nadie se le ha ocurrido o se ha atrevido a ponerles más trabas.
Irene Fernández
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